CON UNANIME voz, la crítica y el público que aplauden “La Amarga Verdad”, y la consideran una rehabilitación de Chile Films y una notable realización del director Carlos Borcosque, señalan vacíos, deficiencias, oscuridades y falta de lógica en el argumento de la película. Anótese que no ha sido él tomado de ninguna obra literaria chilena, sino fraguado expresamente para que la cinta no tuviese carácter meramente local y pudiera ser comprendida en cualquier país extranjero. Pero debe anotarse también que los vacíos y debilidades del argumento no deben hacer escuela, sino, por lo contrario, ser considerados como un escollo que siempre convendrá evitar.

No es la carencia del sabor local lo que se reprocha a ese argumento: es lo gratuito, lo forzado, lo inverosímil. La verdad de la vida ofrece mil situaciones, tanto o más espinosas que la que se explota en “La Amarga Verdad”, y, sin embargo, nadie se atrevería a pedir que se eligiera una cualquiera de esas situaciones espinosas, sólo porque corresponde a la verdad de la vida.

La literatura chilena se encuentra relativamente virgen para el cine. O no ha sido descubierta todavía por los productores, o éstos la desestiman de antemano como apta para producir interés en el cine. Si el ejemplo de “La Amarga Verdad” bastara, habría llegado sin duda el momento de pedir a los productores que busquen la verosimilitud, el interés humano, la emoción y la novedad del cuadro de costumbres y de la descripción psicológica, en la literatura chilena. Esto no significa desestimar el resto del elenco espiritual, en que pueden hallarse temas cinematográficos. Lo único que significa es que la lección ahora obtenida no debe ser echada en saco roto.

El mayor mérito de “La Amarga Verdad” consiste en que un director de fuerza propia ha hecho una buena película con un mal argumento. La empresa es muy difícil, y es apostar contra todas las probabilidades el imaginarse que pueda resultar bien en ocasiones sucesivas.