«Tres Tristes Tigres». Salud por el cine chileno!
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¡Esta sí que es película: ayúdeme a aplaudir ahora, pues, compadre!

-Este lado del plato tiene un sabor contrario que el otro lado- dice la striptisera mientras como una de esas platonadas folklóricas que sirven en los boliches.

-Come no más, -la empuja el hermano- después uno se acostumbra… apréndeme a mí…

Buen consejo.

Bueno para la striptisera y para el espectador de “Tres Tristes Tigres”. En el fondo, la frase contiene dos consejos: comer y “echarle pa’delante” sin remilgos o, quizás, el otro implícito en el personaje: estar a “medio filo” como está él (“Apréndeme a mí”, dice).

Porque, hay qué reconocerlo, el quinto film chileno del año es un “plato fuerte”. Con verduritas, cebollitas, papitas, buen caldo, un poco de sangre y cilantrito (que es bueno pero no tantito), y pebre y harto “pa’ponerle”, también.

Se toma en la película.

Se toma harto, harto.

Si uno recorre las escenas de la película, verá que por tema podría clasificarla por mares de trago. Se toma tinto, blanco, pichuncho y pisco. (Pisssco, aclara el pijecito Rudy para que no haya malentendidos cuando le pregunta la striptisera si le gusta el pisssco). Se toma harto.

Y el propio relato parece andar a tumbos, zizagueante, medio “cureque” pero con toda la sabiduría firme y burda de los mesones y la barra del bar.

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De qué trata

Al espectador conviene que se le advierta que va a ver. Nada de misterios ni esos elogios ambiguos que hablan de cosas excelsas o que tratan de esquivar el bulto.

Cada vez que se estrena una película chilena (ya lo hemos visto), parece que fuera la guerra mundial. Los comentarios a favor y en contra toman el carácter de ataques personales, se retiran los saludos, se cortan las relaciones, se enfrían las hermandades y cunde un ambiente partidista, mientras se dé la lata sobre lo que DEBERIA ser el cine chileno.

Aquí, en “TRES TRISTES TIGRES” tenemos UNA PELICULA. ES UNA OBRA. Es coherente. Tiene su comienzo, su medio, su final, tiene sus personajes que se comportan como seres humanos, que hablan bastante y, se entiende qué es lo que pretenden.

Hay verla entera, sí. No hay que adelantar opiniones hasta que los cordones de la historia no queden bien atados. Con los cordones a medio verse, uno puede tropezar y caer con la película.

Basándose en una obra de Alejandro Sievenking (pero basándose sólo en una escena), Raúl Ruiz se dedicó a hurgar lo que podría ser la vida de los personajes que representa.

Los personajes son tres, (y conviene que recuerde sus nombres y sus relaciones para que siga la historia desde el comienzo).

Uno es Tito Labarca, (Nelson Villagra), un pobretón que ha llegado a Santiago a trabajar con Rudy, un pijecito que tiene un negocio de autos.

Duranto un wee-kend, mientras Rudy, (Jaime Vadell), espera que Tito llegue con unos papeles que necesita para cerrar un negocio, éste, en vez de entregárselos se dedica a tomar y comer con su hermana Amanda, (que por lógica, debe tener el apellido Labarca), interpretada por Shenda Román, que es una estriptisera que a medias hace “doblete” como prostituta. Tito y Amanda se dedican a pasear a un profesor de Angol, que ha venido con un grupo de profesores a la ciudad, pero ha dejado a sus compinches para iniciar una tomatera con “estaciones” en compañía de los hermanos.

Eso es todo.

El baile de los tigres

Se sigue el itinerario de éstos tres seres (Amanda, Tito y Rudy), durante el wee-kend, incluido un “San Lunes” con ánimos agriados y cuerpo malo. Con rencores que explotan y explicaciones que no se pueden dar. Los personajes gritan con ira y –no le importe si usted no entiende la razón directa de la furia- no le importe, porque en el fondo, usted y yo la entendemos. La entendemos porque la estamos viviendo.

Mientras Tito y Amanda llevan una vida trashumante y llena de angustia, el pijecito Rudy, que está un peldaño más arriba, tampoco lo pasa bien. Debe esforzarse por mantener su sitial. Entre sus “negocios” aún entra el enamorar a la hija de la dueña del departamento que él ocupa porque debe dos meses de arriendo.

Ese es el baile de la película

Entre “paso” y “paso”, los tristes tigres entran y salen por bares, calles y hoteles y sitios donde se trata de imitar la felicidad.

Hablan de política, cuentan chistes, pretenden unirse, sacarse partido. Sobre ellos pesa una gran frustración, pero se echan las penas al hombro y beben. Hacen “salud” y se ríen, a veces, con risa tonta.

Emocionan.

En un bar, el profesor de Angol se pone melancólico y se despide con versos de Carlos Gardel: “Si algunos de los presentes, en un futuro lejano se acordará de mí… Adiós…”

-Bonito… sentido, -dice Tito.

El profesor se levanta a trastabillones y parte hacia la puerta. Tito, le sigue: “Oiga… pero, ¿por qué se pone así?

-Por eso que le dije, pues…

Los diálogos son pura vida. Dicen poco, pero, ¡es tanto lo que sucede por debajo! Como en la calle, como en la realidad, nadie habla “en limpio”, ni le salen frases coordinadas.

Raúl Ruiz, el realizador, (de 26 años), comenzó escribiendo obras ionescanas, teatro del “absurdo”. Ahora, con más experiencia de la vida, muestra el absurdo diario sin cambiar una coma.

Reconocerse

Confieso que he visto “Tres Tristes Tigres” dos veces. Casi le recomendaría al lector hacer lo mismo. A la segunda visión, conociendo ya cuánto es accesorio y qué es importante, las múltiples virtudes de la película surgen con gran fuerza.

No estamos acostumbrados a que no se dé tanta realidad, de un viaje. El cine chileno está en los comienzos de un lenguaje, el público aún no ha adquirido la distancia, todavía está en el período en que la mayor emoción que le producen nuestras películas está en “verse”, en “reconocerse”.

Aquí se encontrará con una obra madura que podría competir con obras de cualquier país. Se puede estar en desacuerdo con el tema. Y, ciertamente no se trata de un documental turístico del estilo “visite Chile y deje dólares”. Pero ocurre que –por mucho que lo repitan señores que escriben cartas a los diarios- el cine no necesariamente tiene que ser un inyector de bellezas o una fábrica de sueños.

Tres Tristes Tigres” emociona porque refleja una realidad. Y, mal que nos pese, la refleja extraordinariamente. Así somos.