Producción cinematográfica: Lecciones, metas, incertidumbres
Personas relacionadas (2)

Aunque reducir el análisis de la producción cinematográfica en el país a las labores y proyectos de Chile films es ofrecer un panorama incompleto sobre el tema, la importancia que este organismo ha cobrado lo convierte en un factor clave pera el futuro del cine chileno. Ninguna otra entidad tiene en sus manos -como Chile Films- la posibilidad de precipitar orgánicamente el despegue de nuestra cinematografía Tanto por el volumen que podría alcanzar su producción como por la formación de nuevas promociones, en Chile Films nuestro cine se juega un poco su destino. Ello explica que el siguiente informe redactado -con materiales recogidos por Franklin Martínez, Sergio Salinas y Héctor Soto- se concentre de preferencia en los planes y experiencias de esa empresa.

Filmar una película en Chile sigue siendo una aventura. Una aventura cara y de dudosas proyecciones culturales. Hasta ahora la expresión «cine chileno»‘ se ha usado para designar a una producción que se reduce a tres, cuatro o cinco largometrajes anuales, intermitentes en su frecuencia, desiguales en sus propósitos, disparejos en calidad, diferentes en fin en su carácter y hasta en su naturaleza. Una cinematografía que acusa estos síntomas carece, desde luego, de toda identidad.

Es probable que se estén fraguando algunas sorpresas en el campo del cortometraje. Sólo durante el año pasado se filmaron alrededor de cincuenta. Buenos o malos, irrelevantes o decisivos (al respecto puede consultarse el balance que incluye este número), el dato en sí ya es importante. Sin embargo, todavía es incierto su futuro. Un cine que no logra autofinanciarse. que no ha conquistado a las mayorías ni dispone de un aparato de distribución propio es, quierámoslo o no, un cine limitado.

Lo concreto es que no existen facilidades para filmar. Apenas si una excención tributaria para importar equipos y película virgen. El cineasta que para filmar pretenda un crédito en alguna institución bancaria recibirá el mismo trato que se le otorga al comerciante para ampliar su tienda o al industrial para cubrir un déficit. Y aún más, a él se le exigirán garantías mayores, prácticamente imposibles de satisfacer.

Quien logre superar estos obstáculos de la producción, consiguiendo capitales, película y equipos, estudios y laboratorios, deberá enfrentarse entonces a los de la distribución. Hoy por hoy, la Distribuidora Nacional, concebida entre otros objetivos para dar un trato justo a los cineastas chilenos, está aún lejos de ofrecer condiciones atractivas. Carece por el momento de circuitos de exhibición propios y no ha cerrado convenios con los privados que operan actualmente en el país.

Obviamente, tampoco existen facilidades para acceder a los mercados extranjeros. Las escasas películas nacionales que han logrado ser exhibidas en Europa, han salido en la valija de sus realizadores y han conocido con ellos las enormes dificultades que se plantean a quien quiera hacerse de algún lugar en mercados internacionales rígidos que se niegan sistemáticamente a cinematografías desconocidas y autores marginales.

Si este panorama puede cambiar no será, seguramente, por la acción de tres o cuatro «quijotes» que se lancen en contra de los molinos de viento del negocio cinematográfico. De hecho, la historia del cine chileno ha conocido a algunos quijotes que. en el mejor de los casos, lograron triunfos efímeros y quizás si satisfacciones morales. Pero el cine no vive de aquellos ni de éstas. Vive de exigencias más concretas. Vive en la medida en que encuentra por base una industria (pública o privada) y una política cinematográfica clara que fije las reglas del juego, atendiendo a nuestras limitaciones y a ese subdesarrollo que se proyecta en el país en todos los planos.

Las cosas están de tal manera planteadas que buena parte de la atención actual, en lo que a cine chileno se refiere, se concentra en Chile Films. La vieja empresa adquirida por la Corporación de Fomento de la Producción al comenzar los años 40 vuelve a ser un punto clave para la cinematografía nacional. No es la primera vez que ocurre. En otros tiempos también allí se labró la estrategia del cine chileno y se aseguró -sumando error tras error- su frustración.

El año pasado la producción de Chile Films -lo reconoce su presidente, Leonardo Navarro, 29, casado, dos hijas, economista y profesor universitario- fue escasa. Se orientó preferentemente hacia los informes monotemáticos (que reemplazaron al noticiario Chile en marcha), algunos cortos en 16 mm. Y la realización del mediometraje Compañero Presidente, dirigido por Miguel Littin. Navarro reconoce que la empresa no ha estado a la altura de las exigencias actuales. Culpa de ello, en buena parte, al criterio con que Chile Films fue concebido, orientado y manejado. En verdad surgió no como un centro orientador de la actividad cinematográfica sino como una simple empresa prestadora de servicios. De partida, entonces, se limitó su rol al arriendo de estudios, equipos, trabajos de procesamiento y producción de un noticiario sin mayor vuelo.

La experiencia recogida durante 1971 deja como saldo, más que nada, una contribución importante al llamado nuevo cine documental chileno, en el cual Navarro ve las bases del despegue del cine nacional. Pero ya se ha visto que es una base estrecha y, más que estrecha, incierta e inestable.

La producción del año pasado -y esto es quizás tanto o más importante- también deja lecciones. Navarro las reconoce. Admite que faltó adecuar lo que se hacía con la mentalidad del público al cual la producción iba dirigida.

Con todo, él presume que la acogida que encontraron las películas de la empresa en círculos obreros y campesinos fue cálida. Le consta, sin embargo, que los informes monotemáticos eran pifiados en los cines céntricos de Santiago. Siempre, es cierto, por razones políticas. Pero a veces en verdad no sólo por razones de ese orden.

Sin poder recuperar las inversiones, e incrementando su ya abultado déficit, la empresa también enfrentó dificultades de orden administrativo. Las relaciones con los organismos de gobierno fueron flojas. Lo admite el propio Navarro. Incluso los convenios suscritos con otras cinematografías no llegaron a operar. De allí al aislamiento, el camino por recorrer era breve.

Antes de culminar el año se resolvió el concurso de guiones, seleccionándose ocho. Plan un tanto audaz, por decir lo menos, en una empresa que carece de la infraestructura adecuada para procesar, montar y sonorizar con comodidad más de tres filmes simultáneamente.

A comienzos de diciembre se plantearon los cambios en el equipo directivo de la empresa, después de una convulsión interna de la cual se filtraron sólo algunos retazos a la opinión pública. Todo ocurrió entre cuatro paredes. Se desconoce la naturaleza del conflicto, pero todo hace pensar que no estaban en juego sólo rivalidades personales. El problema era más profundo y sus implicancias, tal vez, más graves.

El sindicato de la empresa tomó, al parecer, el toro por las astas. Decidió paralizar la producción y proceder a revisar los objetivos, planes y organización de la misma. Leonardo Navarro, socialista militante, acompañado de su equipo, reemplazó al independiente Miguel Littin en la plana ejecutiva, ocupando así la presidencia de Chile Films, un cargo en el que suele radicarse el pontificado del cine nacional en opinión general.

Una de las primeras decisiones del nuevo equipo fue reducir drásticamente el personal. Once realizadores contratados a sueldo fueron invitados a abandonar sus puestos. Se decidió mantener de planta sólo al personal técnico, adoptando la política de contratar realizadores para trabajos específicos y cuando las circunstancias lo aconsejen.

Se cancelaron, además, las pretensiones de rodar ocho largometrajes. Tanto por su eficacia política, por sus costos, como por su aptitud para disciplinar artesanalmente a los futuros cineastas, la empresa optó por el cortometraje, entendido como antesala de planes de mayor envergadura.

Los talleres, que habían funcionado durante unos seis meses, también llevaron su parte en el reajuste general. Navarro piensa que ya se estaban transformando en cine-clubes y organizaciones de corte académico. Piensa que en el futuro sus alumnos deberán ser incorporados, en mayor medida, a los trabajos de la empresa y a los departamentos de cine de instituciones oficiales. No por eso -advierte el presidente de Chile Films- deben perder su carácter de centros experimentales. Aún más, éste debe acentuarse. Se pretende orientar los talleres hacia la formación de guionistas, técnicos, sonidistas, músicos, actores, etc., suprimiéndose la especialización por áreas que había postulado la anterior administración. Con todo, los talleres no son la única base de los planes de producción de la empresa.

Las metas para este año contemplan una escalada de envergadura en orden a cubrir cierto vacío en la información que se registra actualmente en el país. Se estima que sin caer en los extremos del informe monotemático y del noticiario ramplón que da cuenta de un cúmulo de noticias generalmente añejas cuando no irrelevantes, es posible encontrar una fórmula que, manteniendo la estructura del noticiario, aborde los sucesos con el prisma de un periodismo interpretativo. En esta veta se piensa en un Noticiario nacional (mensual, b/n, informativo general), en otro especializado. Hechos concretos (mensual, b/n, de carácter económico, sobre la producción y realizaciones del área social) y en un Magazine (mensual, colores, realizado con el concurso de las empresas del área social) destinado a publicitar los productos de la economía pública y a orientar al consumidor.

Los planes también consultan la idea de rodar 30 documentales, todos cortometrajes, en 16 y 35 mm., siempre en colores, encomendados a diferentes cineastas. Por último, en lo que a producción se refiere, Navarro espera terminar el año con un balance del trabajo de los talleres que arroje, por lo menos, unos 20 cortos en blanco y negro y otros 20 en colores. Es el primero en reconocer que el financimiento de ellos no será fácil.

Así y todo, contratando un crédito acaso, se alienta la esperanza de lograr rodar dos largometrajes durante el curso del año. Se estudian las ventajas del sistema de coproducción y hay conversaciones iniciadas con productores españoles, peruanos e italianos.

Por último, Chile Films, tratando de asumir una responsabilidad a la que como eje del cine chileno se siente llamado, espera formar una cineteca de verdad y editar -en un proyecto que para Navarro «está muy verde todavía»- una revista de cine.

Son metas concretas que el presidente de Chile Films sabe difíciles pero no imposibles.

En Chile Films, parece, nunca es tarde para comenzar.

La responsabilidad de la empresa es grande porque al mismo tiempo deberá continuar prestando sus servicios a los realizadores independientes que lo requieran. No hacerlo sería, obviamente, contraproducentes.