¿Por qué estudiar el cine?
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El cine es un lenguaje. Desde que se creó hasta nuestros días sigue usando ciertos recursos técnicos que expresan su contenido. Contenido de ideas y sentimientos. Como verdadero arte que es, usa elementos sensitivos concretos, para expresarnos el mundo abstracto de las ideas. O sea, tiene su forma específica para revelarnos un fondo.

El público, esa masa humana de 12 mil millones por año, que contempla los 4 mil films producidos anualmente (estadística de 1954), entiende más o menos ese lenguaje, sin que nadie, si no es la asiduidad, se lo haya enseñado.

En Europa ha nacido esta inquietud pedagógica: educar al público en el lenguaje del cine. Cada mes aparecen nuevos libros y centros de orientación y cine-clubes. Se busca así un conocimiento más hondo, una penetración mas fructuosa en esta lengua universal del siglo XX.

Es un hecho que el estudio de los lenguajes artísticos, de la música, la poesía, el drama, las artes plásticas, lleva a un deleite estético cada vez más completo. Nadie como sus propios genios creadores han gustado del arte. Pocos como ellos sabían mejor las leyes de su estructura.

Aunque las artes pueden gustarse sin saber cómo han sido creadas y qué leyes cumplió el artista, es del todo cierto que los hombres amantes de las artes pueden dividirse en dos grupos definidos: los que las miran, oyen y gustan externa y superficialmente y aquellos que penetran en el mundo de su creación. Estos últimos se interesan por la persona del genio creador, por las motivaciones históricas de su obra, por la escuela que se continúa o se inicia, por las leyes que se conservan o se quiebran. Para ellos una Sinfonía de Beethoven no es solamente un rato de agrado auditivo, o, a lo más, una evocación de sentimientos propios, sino una síntesis genial de elementos históricos, de corrientes humanas, de hallazgos inagotables fuera y dentro de la estructura de aquella creación genial. Es como si oyésemos a un gran sabio, explicándonos sus maravillosas aventuras y parte del público admirase su timbre de voz y sus gestos entusiastas sin entender su lengua; mientras nosotros, gozando también de su presencia, penetrásemos en ese universo de panoramas y de conceptos que nos traía su palabra.

Si la poesía y la música fuesen creadas solamente para un deleite externo y sensitivo de un público superficial, jamás hubiésemos escuchado las grandes obras clásicas, creadas con una técnica tan profunda.

Ahora bien, ¿qué conclusión se impone cerca de nuestra cultura cinematográfica? Debemos concluir que la gran masa de los espectadores carece de tal cultura y aborrece los films profundos de valores humanos, de problemas espirituales, ante ellos bosteza como el campesino con una Sinfonía o con un drama de Shakespeare.

Los mejores films religiosos producidos en Europa no llegan a nuestro continente americano.

Nuestro público los aborrece: ¡son tan aburridos! y si algún empresario, deslumbrado por el éxito tenido en Francia, lo pasa en nuestras ciudades, apenas logra amortizar los gastos: las salas vacías, los comentarios de la prensa ausentes. El film carecía de asesinatos, de amores ilícitos, de aventuras amorosas sugerentes, en fin, de “cosas interesantes”.

Y los que piensan así son también los fieles que llenan nuestras iglesias cada domingo y los jóvenes colegiales y universitarios que se glorían de su discoteca clásica y discuten sobre “los sacerdotes de Graham Greene”.

Si los católicos hubiesen recibido desde el Colegio una educación mínima en el arte cinematográfico, hoy buscarían valores artísticos en la pantalla y estarían capacitados para gozar de un film espiritual como Monsieur Vincent, Dios Tiene Necesidad de Hombres, El Milagro de Milán, Con las Manos Vacías.

A nuestra pregunta ¿por qué estudiar cine? no cabe mejor respuesta que el discurso de Pío XII del 21 de Junio de 1955, el cual debe ser meditado por cualquier persona interesada en este apostolado del cine.

Después de mostrar el Papa “la influencia extraordinaria amplía y profunda del mundo cinematográfico en el pensamiento, en las costumbres y en la vida de los países”, termina con esta frase: “De esta sencilla consideración, resulta clara la necesidad de que el arte cinematográfico sea convenientemente estudiado en sus causas y en sus defectos a fin de que él, como toda otra actividad sea dirigida al perfeccionamiento del hombre y la gloria de Dios”.

Si el Pontífice se atreve a dirigir tales conceptos a los productores de cine, a quienes fue destinado el discurso, ¿cómo eludir los mismos dirigentes católicos, esta grave responsabilidad? Tiene frases como éstas: “¿Cómo podría en verdad ser dejado a merced de sí mismo o condicionado por la sola ventaja económica en medio, nobilísimo en sí, tan eficaz para elevar los ánimos como para depravarlos, un vehículo tan pronto acarrear el bien como a difundir el mal?”

“La cinematografía ha llamado la atención tanto de las autoridades civiles y eclesiásticas, como de cuantos están dotados de sereno juicio y de un genuino sentido de responsabilidad”.

Conclusiones: el cine ha dejado de ser una nueva diversión. Es un nuevo arte, con profundos valores, dignos de ser apreciados.

Es un alimento para muchos espíritus, a menudo profundamente falso y venenoso.

Las finalidad que hacen necesario el estudio de su lenguaje son las siguientes:

1º Comprender mejor su contenido. El contenido ideológico de las artes está supeditado a la técnica.

2º Autorizar nuestra orientación moral, nuestra censura y nuestra crítica, basadas en un hondo conocimiento del séptimo arte.

3º Elevar el gusto del público, para que exija una producción más seria.