La temática social en el cine chileno
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Morir un poco (1966) Barrio azul (1941) Uno de abajo (1920)
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Los problemas que afectan al hombre común, a ése que André Maurois llamó “ciudadano de la calle” han sido tratados en tres oportunidades por el cine chileno. Mejor o peor según la técnica de cada época y el presupuesto de que en cada oportunidad se dispuso, la iniciativa merece, en todo caso, ser valorada en su intención.

Los tres títulos con inquietudes sociales son: “Uno de abajo”, filme de Armando Rojas Castro, producido en 1920; “Barrio Azul”, dirigido por el periodista René Olivares en 1941 y “Morir un poco”, filmado y estrenado por Álvaro Covacevich el año pasado.

La primera producción enfocó con un sorprendente realismo el problema del alcoholismo crónico en nuestras capas sociales inferiores. Sus escenas fueron filmadas en auténticas casas de tolerancia y cantinas del viejo barrio San Pablo. El argumento era simple: un padre se daba a la bebida, llevaba a su hogar a la ruina y causaba con engaños una tragedia mediante la entrega de su propia hija a la trata de blancas. El héroe del filme era el hermano, que la rescataba en encarnizada lucha contra el villano “kaften”. La obra de teatro con el argumento original se estrenó el 25 de octubre de 1925 en el teatro Alhambra, de Santiago y en una de sus escenas mostraba a la familia lanzada a la calle por morosidad en el pago de arriendos, con todos sus enseres y miserias en la calzada. Su realismo sin aspavientos ni concesiones le mereció elogios de la prensa y de personalidades destacadas, como el senador y periodista Eliodoro Yáñez.

Barrio Azul

El filme del periodista René Olivares, “Barrio Azul”, cruda crítica a la insalubridad de los conventillos capitalinos, sufrió suerte muy distinta y resultó una aventura fallida. Su débil argumento, personajes falsos y poco profundos, lo hicieron una caricatura de las intenciones del director. Debutó en él Esther Soré, recién bautizada “negra linda” de la radio, cantando muy entonadamente, pero no sabía qué hacer con sus manos. Alfonso Jorquera, resultó risible en su papel de líder que abandona sus ideales por seguir a una vampiresa. A ésta, Helia Grandón, le sobraban kilos por todas partes.

La cinta fracasó totalmente y, de acuerdo con la crítica de la época, su nivel fue desastroso.

Cuando “Barrio Azul” se estrenó en Santiago, el 27 de mayo de 1941, la Segunda Guerra Mundial estaba en sus comienzos, los Estados Unidos aún no eran atacados en Pearl Harbour por la flota imperial nipona y el gobierno de Tokio acababa de regalar al de nuestro país una inmensa bandera chilena de seda que, se dijo, era la mayor del mundo. Por aquellos mismo días se suicidaba la escritora Virginia Woolf.

Cuando la gran contienda tuvo su atómico punto final, éste no sólo marcó el principio de una era de relativa paz, bautizada como fría, sino también de la división de la humanidad en dos ideologías opuestas que gastan millones de dolares-rublos en atraerse las simpatías (y/o las convicciones) del hombre común, del “ciudadano de la calle”.

El señuelo de la paz que sería garantizado por un parlamento internacional sólo pudo concretarse en el rascacielos de cristal que alberga a las Naciones Unidas cerca de la ribera del anchuroso y comercial río Hudson. El sueño de un mundo edificado sobre la base y la meta de la felicidad del hombre común fue quebrado por la crisis del canal de Suez, la guerra de Corea, las crisis del Oriente y ahora es Vietnam el instrumento para mantener abierta la herida y recordarnos que, el menos todavía, ese mundo es utópico.

Un cineasta chileno, seguramente sin quererlo, recogió en un filme distinto y hasta audaz su sencillez, la constante de esa ironía universal que es como la suma de todas las pequeñas personales frustrantes tragedias de millones de hombres comunes para confirmar la gran tragedia de nuestro tiempo. Así nació la cinta “morir un poco”, cuyo subtitulo es, precisamente . . .

Historia de un hombre común

El “ciudadano de la calle” que protagoniza “Morir un poco” avanza siempre , pero nunca llega, mira, pero no ve…El progreso lo rodea, pero él no lo disfruta. Gana lo suficiente para su subsistencia, pero demasiado poco para su vida. Y avanza, dia tras día, siempre a la misma hora, siempre por las mismas calles, viendo siempre los mismos rostros, a cumplir la misma rutina, mientras a su lado, sin verlo y sin que él pueda verlos, otros cientos, otros miles, otros muchos interminables parecidos miles de hombres comunes comparten su destino sin destino.

Es el morir un poco del hombre común, que todos los días deja un poco de su vida en un devenir sin una meta, sin afanes, sin inquietudes ni horizontes. Ese hombre que como vive sobre la tierra misma sale a buscar lo “bonito” a lo parques públicos y tropieza con una belleza prohibida: no pisar el pasto, no cortar las flores, no bañarse en la pileta. Y entonces ante tanto no el hombre común se rebela, se hace por unos minutos siquiera, revolucionario y pisa el césped, corta las flores y se mete, gozosa y rebeldemente al agua, avanzando, desesperadamente, hacia el caer de la cascada y el filme termina con su esfuerzo inútil, pero hermoso de fundirse con esa agua y desaparecer, purificándose, en ella.

Morir un poco”, por el talento con que nos muestra al hombre común ha conseguido, al menos por un instante, hacer vivir un poco la esperanza de un cine chileno.

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