La Caleta Olvidada, crítica Ecrán
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Siguiendo la línea del neorrealismo, que diera fama y prestigio a la cinematografía italiana de postguerra, Bruno Gebel –director y argumentista- nos presenta esta nueva muestra del titubeante cine chileno. La Caleta Olvidada fue filmada en la bahía de Horcones y en Quintero, y para su interpretación se emplearon elementos con escasa o ninguna trayectoria artística. Encabeza el reparto Armando Fenoglio, que suele actuar en papeles secundarios en el teatro profesional, y Claudio Di Girólamo, conocido pintor y escenógrafo. El resto del elenco, salvo excepciones en partes ínfimas, está compuesto por personas desconocidas en los medios artísticos.

La historia narra la llegada de dos santiaguinos –padre e hijo- a la caleta de Horcones. Allí, en contacto con los pescadores que realizan sus vidas sencillas, idean la posibilidad de traer “el progreso” al pequeño pueblo. Se echan las bases para montar una industria pesquera y traen una flotilla de afuerinos que luego habrá de chocar con los pescadores, los más jóvenes de los cuales se han entusiasmado con la posibilidad de enriquecerse. Los pobladores de Horcones terminarán expulsando a los intrusos y continuarán en su idílica y pobre forma de vida. Sólo permanecerá con ellos el hijo del industrial, comprendiendo que la felicidad está más cerca de la rústica vida de la caleta que en medio del progreso de las grandes ciudades.

La idea argumental, como la intención de la realización, son buenas; faltó, en cambio, y en cantidades apreciables, oficio cinematográfico. A lo largo de toda la película se observa la mano del aficionado que se enamora de determinados efectos, que logra éxito en el pequeño detalle, o en tal o cual escena, pero que, a lo largo del film, no obtiene ni un clima dramático ascendente ni una ilación clara.

Cuando el cine italiano empleó gente de la calle para filmar sus grandes películas de postguerra, había detrás de la cámara, compensando la inexperiencia de los intérpretes, un gran director. En La Caleta Olvidada se puede avistar talento e inspiración cinematográfica en Bruno Gebel, pero su falta de oficio resulta también evidente. Como argumentista, desperdició un buen tema al no ahondar en él y abundar en detalles superficiales que no eran conducentes al clímax dramático; y como director, no supo dar un ritmo cinematográfico a su historia ni verismo a sus principales escenas (cuando los muchachos se pierden en la noche tormentosa, no está en absoluto dada la impresión de que se encuentren en alta mar; y otro tanto sucede en el accidente final, cuando el espectador tiene que colegir lo ocurrido por las escenas posteriores. Junto a estos reparos, es necesario decir que hay momentos en que sí se obtiene interés cinematográfico, apoyado especialmente en elementos plásticos. Tal cosa sucede en la lucha entre el pescador y el afuerino, y la escena final, en que los pobladores marchan hacia la zona ocupada por los pescadores profesionales con antorchas encendidas que lanzan a las carpas.

Es interesante destacar los elementos plásticos de esta película. La fotografía, si bien adolece de fallas técnicas, se mantiene en un plano de calidad artística. Ayuda a ello la belleza del paisaje y el interés de los rostros y expresiones no sólo de los pescadores y Horcones, sino también de los intérpretes.

La actuación es difícil de juzgar. Si bien resulta aceptable en los aspectos de expresión facial y corporal, es mala en la interpretación de los diálogos. El sonido fue grabado con posterioridad, produciéndose continuamente desajustes entre los movimientos. Si se iba a seguir este procedimiento, debió emplearse a actores de radio o teatro para doblar a los intérpretes. Sus planas voces y la deficiencia en la interpretación de los diálogos constituyen la parte más objetable de la película. Armando Fenoglio está sobrio y discreto en su patriarcal papel, y Claudio Di Girólamo muestra una expresividad facial interesante. Patricia Aguirre y Fernando Davanzo evidencian condiciones interpretativas, aunque sin el correspondiente adiestramiento para que puedan ser valoradas.

En total, La Caleta Olvidada es una película chilena frustrada como tantas otras, pero que resulta interesante de ver, porque en ella se encuentran en estado virginal los elementos de los que podría surgir una cinematografía chilena. Esta película nos dice una vez más que en Chile hay paisajes, temas, rostros y elementos humanos que pueden servir de base a un cine de interesante personalidad, pero nos agrega, igualmente, que este cine no puede surgir de la improvisación y de la simple demostración de talento. Todos sabemos ya eso: En Chile sobra el talento, pero somos indigentes en técnica y oficio.