“Frontera sin Ley”
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Es el primer film nacional del año y su tema enfoca a un hombre que hizo mucho por la patria aunque poco figura en los textos de historia. Fue el capitán Trizano, gracias a cuya decisión, arrojo y conocimientos, logró detener muertes y latrocinios emprendidos por un bandolerismo que se extendía peligrosamente.

El argumento –escrito por el mismo director, Luis Marga –  se empieza a fines del siglo XIX cuando temibles montoneros asolaban la Frontera. La región de Temuco vivía en zozobra constante mientras sobre los mapuches caían todo tipo de tropelías.

Los forajidos ya tenían experiencia en el peligro y les acicateaba la rapiña y el gusto a sangre. Desertores, reos sacados de la prisión para combatir en la Guerra del Pacífico, formaban grupos que actuaban con táctica militar para caer sobre los fundos, robar el ganado y sembrar destrucción por doquier.

Contra esos desalmados, que ya parecían invencibles, se levantaros el capitán Trizano y sus guardias. Gracias a su intervención se solucionó un conflicto que adquiría consecuencias peores que las de una guerra.

Para quien desconozca la procedencia de la cinta, ni sepa de su contenido, puede al principio creerse ante un “spaghetti western”. El tema se presta para anidar los más violentos incidentes y en torno de ellos surgen elementos propios del género. Comenzamos por hallarnos en un hotel donde actúa una dama de vida ligera y acento afrancesado, vemos la clásica taberna, el “Chat Noir”, mientras los individuos se precian de su siniestro aspecto.

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Entre ellos destaca un personaje interesante: el tuerto, bien caracterizado para la acometividad que le corresponde. Y hasta hay una hermosa muchacha, Carmelita, quien promete el infaltable idilio. El manido episodio amoroso no se cristaliza, pues a la joven se la sacrifica pronto para procurar el golpe dramático. Tampoco falta la topeadura y hay tantas notas folklóricas como rasgos costumbristas, algunos de bien buscado sabor.

Con una realización más cuidada se puro tener una película, interesante, movida, tanto más atractiva cuando que se enraiza en un capítulo tenebrosamente auténtico de nuestro país. Pero al director le faltó experiencia. El desarrollo es desmayado al principio y solo cobra ritmo al final. Para situar la tensión, se procuran recursos acartonados como aquel oportuno temblor que salva la amenazada vida de Trizano.

También se cayó en la tentación de buscar la nota truculenta. Al final, en brutal tiroteo los bandidos se atrincheran en una iglesia. Y el jefe termina quemando la lámpara del altar en un truco bastante estridente.

En todo caso, es un film de presunciones. Aunque no siempre vigorosa, la acción es directa. Los acontecimientos se sigue fácilmente, sin necesidad de bucear en subentendidos al trastrueques del tiempo. Por encima de todo, tiene una laudable intención; brindar un homenaje a un hombre que supo imponer la justicia, corriendo todos los riesgos.