Eugenio de Liguoro, que dirige «Entre gallos y medianoche» hará pronto una cinta en colores
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Descubrió un sistema de «tecnicolor»

Entre los que laboran junto a las cámaras y aún en el grueso público que sigue los pasos luminosos del cine nacional, Eugenio de Liguoro goza de un prestigio a prueba de fuego. Su acierto técnico en «El Hechizo del Trigal» significó para su iniciación cinesca en Chile una compuerta de glorias futuras. Venía sólo a pasar su luna de miel al continente. Pero Chile sedujo a su experiencia y ha levantado tienda en nuestro suelo, donde piensa construir su nido familiar adquiriendo una lonja de tierra en los alrededores de Santiago.

FILMÓ LA GUERRA

Sin embargo, si Liguoro goza de ancho prestigio, se desconocen sus andanzas por las tortuosas sendas del celuloide. Casi nadie sabe que tiene sólo treinta y nueve años de edad, que nació en Roma y que es hijo del primer cinematografista italiano, Giussepe de Liguoro, que, actualmente, a los sesenta y ocho años de edad, es gerente de empresa de la pantalla italiana.

Cuando tenía ocho años de edad, Liguoro ya jugaba con lentes, cámaras y celuloide. Corría por los «sets» donde su padre era señor y dueño. Entonces la Milano Films imponía al mundo su sello de prestigio. Su padre quiso verlo en el lienzo. Y Eugenio de Liguoro, hasta los quince años de edad, actuó frente a las cámaras, codeándose con estrellas de la talla de Francesca Bertini o Pina Menichelli. Con frecuencia demostraba interés por el trabajo de la cámara. Pero sus ansias estuvieron interrumpidas a los dieciocho años por su carrera militar que lo llevó hasta el grado de teniente de caballería.

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 EUGENIO DE LIGUORO, el experimentado técnico y director cinematográfico que hará en Chile un film en colores, aparece aquí el parapateado tras su nueva cámara Dell and Hawell, que acaba de recibir de Hollywood.

Y sobrevino la guerra mundial. Los diarios y carteles proclamaban la inscripción: «Toda Italia a la frontera». En las calles se comentaba, entre bayonetas al cielo, la decisión de Su Majestad de la casa de Saboya.

Liguoro entró al Servicio de Inteligencia. Gracias a sus conocimientos cinematográficos, se le destinó al difícil cargo de filmar la guerra. Partió por los caminos con su uniforme de soldado y su cámara filmadora. Trepó los Alpes en peligrosos vuelos aéreos. En el frente trentino, muchas gotas de sudor perlaron su frente al arriesgarse a captar las batallas. Fué un período de fiebre y pólvora, que duró desde 1914 hasta 1918. Como aquella de su participación en la hoguera bélica, tres granadas le tatuaron para siempre en los brazos y la espalda.

PARTE A LA INDIA

Para apaciguar su espíritu atribulado, parte a la India. Lleva como misión filmar el raid Roma-Tokio, que hace el poeta Gabriel D’Annunzio, con quien fuera explorador durante seis meses en su escuadrilla. El exotismo del Oriente le inspira cerca de doce películas. La Madan Limitated de Calcuta le encomienda el rodaje de «La Vida de Buda», con argumento de Rabindranath Tagore, que, años más tarde, al ser exhibido en Londres, le vale un premio y un contrato para la Ideal Film. Vuelve a Europa y hace dos películas para dicha productora inglesa: «Sangre Azul» y «Te esperaré mañana», constituyendo esta última todo un suceso que le vale otro contrato para la Paramount, que le destina un cargo de máxima responsabilidad técnica.

Después de hacer de cameraman en dos films de esta firma, dirige -en 1928- «El Oeste Salvaje». Por una feliz coincidencia, el célebre Pittaluga acaba de montar en Roma sus estudios cinematográficos sonoros, y llama a Liguoro para que actúe en ellos. Empieza su infiltración en la técnica moderna de la imagen sincronizada con «Piccola mia», «In campagna que pasione» y «Te amo y serás mía».

Hace unos dos años, después de siete de estudios incansables para producir en «tecnicolor», parte a Washington para brevetar un sitema propio de coloración de la imagen en el celuloide y que ahora se conoce con el nombre de sistema DeL. En la tierra del dólar, una joven americana, de ascendencia greiga, Helen Demetrio, cautiva su corazón. Como luna de miel proyecta un viaje a Sudamérica, y la magnética atracción de Valparaíso, la ciudad del viento, los hace clavar ancla en nuestro suelo.

SU NUEVO FILM

Ahora estamos con Liguoro. Es una tarde filmación en Chile Sono Film, empresa que lo arrebató a la fugaz Perla del Pacíficio. Allí, Liguoro dirige «Entre Gallos y Medianoche«. El trabajo ha sido intenso y sofocante. Enrique Barrenechea se bebe una papaya con helados en el bar de los estudios. Liguoro, entre las cámaras y lámparas del set, nos dice:

-Como ustedes saben, mi vida es el cine. Chile ha sido para mí una segunda patria. Por eso, pienso radicarme entre ustedes y dar al país el honor de ser el primero en Sudamérica que presente un film en colores. En mi próxima producción, una vez terminado «Entre Gallos«, emplearé mi propio sistema, que da espléndidos resultados. Además, quiero demostrar con ello que no necesitamos recurrir a Buenos Aires para terminar un film, ya que poseemos un laboratorio digno de cualquier nación. Recién nos han llegado dos aparatos de Estados Unidos, que he comprado a costa de sacrificios particulares, para ponerlos a disposición de esta industria que será, para Chile, de proyecciones inmensas que levantarán su nivel cultural.

-¿Y qué temas cree usted que debe explotar el cine chileno?

-Debe explotarse un tema nuevo. No el melodrama. Hay que adentrarse espiritualmente en Chile, para estampar su idiosincrasia, que puede exhibirse en el extranjero como exponente de evolución y progreso. Creo que la comedia sería un éxito, sin que esto signifique descartar producciones sólidas de fondo y universales.

-¿Le parece a usted conveniente hacer films históricos?

-Por mi parte -responde-, no conozco bien al Chile viejo. Quiero conocer más a fondo la historia chilena y hacer algo real de las glorias y patriotas que han levantado con espíritu heroico lo que es este bello país.

No queremos cerrar esta nota sin dar nuestra opinión: Eugenio de Liguoro es uno de los máximos valores de la hora cinematográfica actual chilena. El público así lo comprendió al aquilatar la calidad técnica de «El Hechizo del Trigal«. Su madurez cinematográfica se pone al servicio de Chile, al que no sólo ha querido arrancar sus hombres y paisajes, sino también sus maravillosos colores caleidoscópicos.