Estrenos: New Love
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New love (1968)
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(“New Love o La Revolución de las Flores”). Josephine Guevara y Giovanni Carelli. Director: Alvaro Covacevich. Chilena, 1968.

Alvaro Covacevich es hombre que hace cine porque siente que tiene algo que decir. El año pasado, con “Morir un poco”, enfocó el “testamento diario del hombre medio que nada tiene y nada tendrá, mientras no se rebele y destruya esa insensibilidad exterior hacia él… En vez de vivir un poco cada día, el hombre común muere un poco en cada cosa y en cada momento de su vida.”

El gran éxito de la película (200 mil espectadores en Santiago) es de dominio público. La explicación del fenómeno es más difícil. En parte, seguramente fueron la sencillez y la sinceridad de Covacevich, pero, más que eso, parece haberse producido un mecanismo de identificación en el espectador que se vio reflejado en la vaguedad de la protesta: en este reconocimiento del problema social de un país subdesarrollado, sin otra culminación que una endeble protesta individual y privada.

Progreso técnico.- Hay continuidad y puntos de contacto entre “Morir un poco” y “New Love”, que trata de la rebelión de la juventud contra un mundo que le es tan ajeno como aquel otro, para el anónimo hombre común. Asimismo, aunque las imágenes sean de lugares chilenos, el tema no se plantea en el terreno local o localista. Su desarrollo no se efectúa mediante un argumento propiamente tal, sino a base de imágenes y secuencias que convergen hacia una meta centra. Esta vez hay diálogo, pero se reduce a un mínimo y la música nuevamente es del mismo Covacevich.

Sin embargo, no se produce ahora la excesiva reiteración de yuxtaposiciones de imágenes como aquellas que contrastaban riqueza y pobreza en “Morir un poco”. El mecanismo se vuelve a usar en alguna oportunidad (protesta contra la juventud melenuda, melenas de padres de la patria), pero sin abusar de él.

El oficio de Covacevich –que sigue trabajando sin actores profesionales- sin duda ha mejorado desde su primer film. Narra en forma mucho más suelta y, con la valiosa colaboración de Andrés Martorell, consiguió una fotografía en colores muy hermosa, que algo recuerda la de Jean Rabier en “La Felicidad”.

Hay entonces un indiscutible prograso a nivel técnico. Más controvertible es el enfoque del tema mismo. Se muestra una juventud algo “hippie”, que lleva una existencia propia, al margen del orden social y los prejuicios ambientes. Mientras bailan alegremente y se aman en forma tranquila y aislada, los dejan vivir en paz. Pro cuando comienza su rebelión –pintan de blanco todas las bicicletas–, los diarios se alarman, mientras el Senado debate el problema de “esta generación descarriada”. Los jóvenes se convierten en perseguidos, con un personajes – Cristo – y una sugerencia de nuevos cristianos en las catacumbas.

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La pareja central – cuya función en el film tiene semejanza con aquella del hombre común en “Morir un poco” – se ve acorralada ante el futuro. La posibilidad de seguir subsistiendo a base de la sinceridad de su amor es limitada. Ante la llegada de un hijo se cierne el peligro de tener que conformarse con la rutina burocrática para subsistir y sobrevivir.

El problema.- Como visión del problema la actitud de Covacevich tiene mucho de ingenua y superficial. Sólo captó en parte el fenómeno de los hippies y el de la rebelión de la juventud en general. La desafiliación de la sociedad del hippie o la actitud hacia el mundo del estudiante francés de mayo son fenómenos que calan mucho más hondo. El símbolo de las bicicletas blancas – débilmente presentado en lo cinematográfico – no alcanza la necesaria fuerza como equivalente y queda la sensación de que en todo esto hay algo de falso. Que se glosa un fenómeno en vez de penetrar en el. Que en vez de una juventud en plena protesta por el mundo que le imponen sus mayores hay aquí jovencitos del Coppelia jugando a pasarlo bien como hippies.

No es, evidentemente, una película realista; ni debe tomarse en forma literal. Lo que falta en los símbolos es, sin embargo, una mayor hondura, tanto conceptual como emocional. Se crea más el efecto de una charada de veraneo que de una juventud que efectivamente tiene el coraje de desprenderse de los valores que les fijan sus mayores. La acotación de un médico sobre las drogas resulta innecesaria y artificialmente injertada. La actitud de los mayores (a través de los turistas, del dueño del auto pintado de blanco, del policía y del Senado) es demasiado esquemática.

Aunque Covacevich ha progresado como cineasta y logra un film de hermoso colorido, no es posible evitar la conclusión de que el tema le quedó grande y la juventud y sus problemas aparecen más distorsionados que interpretados. Los aciertos son escasos en este último sentido.

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