Estrenos: Largo Viaje
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MÁS PELÍCULA que otro de los films chilenos estrenados este año, “Largo viaje”, de Patricio Kaulen, plantea serios problemas artísticos y, aunque sólo los haya resuelto muy parcialmente significa un paso positivo en la evolución de nuestro cine.

Su protagonista es un niño de ocho años (Enrique Kaulen) que vive en un conventillo en la calle Gálvez. Cuando el hermanito que tan ansiosamente esperaba nace muerto, le explican: “No se quedó con nosotros porque tenía que irse al cielo, para eso tiene sus alitas”. Tras el velorio, el padre se lleva a la guagua muerta al cementerio, usando un modesto cajón manzanero por ataúd. El niño ve que quedaron en casa las alitas y se desespera; sin ellas el angelito no podrá llegar al cielo. Sale a vagar por la ciudad, con las alas, en busca del hermanito.

Esta motivación central del film, acompañada por sus evocaciones simbólicas de las palomas, constituye una poética fábula.

Otro nivel lo da el medio con que se encuentra el niño en su peregrinaje. Se enfrenta con una sociedad dura, donde, si bien hay una que otra persona de buen corazón, los unos devoran a los otros. Aquí hay frustración, engaño, violencia y desigualdad.

El contraste entre el mundo puro e ingenuo del niño con el medio que lo rodea es legítimo. Sin embargo no fue solucionado artísticamente. El criollismo urbano en lo ambiental (con más de algún elemento pintoresquista) no se concilia debidamente con la fábula central.

Los personajes con los que se encuentra el niño deben cumplir un doble papel; mostrar una realidad y paralelamente adquirir, dentro de la trama central, un sentido más allá de la imagen verista. La película se queda demasiado en el primer plano, lo que produce el desequilibrio básico y falta de centro de gravedad del film. El enfoque, llámese realista o criollista urbano también conduce a la sensación de cabo suelto que queda con muchos de los personajes secundarios. Este fenómeno no se habría producido de existir una visión más unificada de los planos de la película. Tales fallas se deben en parte a la estructura del libreto.

Frente a tales características, más bien negativas, hay aspectos parciales muy logrados; en primer término, el trabajo del pequeño protagonista (Enrique Kaulen), espontáneo y convincente. Luego la muy bien realizada primera parte del velorio, que comienza en forma brillante con el sorpresivo primer plano de una de las viejas que asisten a la reunión. También hay una serie de otras escenas que son buen cine, como el instante en que el niño se queda encerrado en el ascensor, la escena en que rescata a una paloma, usada como blanco de las hondas de un grupo de niños de su propia edad.

Más allá de aciertos parciales de esa índole hay otra más general; la autenticidad del ambiente, casi siempre bien conseguida. En ese sentido, el mérito de “Largo viaje” es mayor que de “Morir un poco”. Es mucho más fácil lograr la visión documental que aquella en función de personajes y argumento.

La exposición inicial es demasiado larga. También hay, en la actitud de Kaulen, algo vago, difícil de definir. Tal vez por eso el crítico de “Variety” emitió desde Berlín el juicio de que “la película encierra una fuerte crítica social. Su actitud podría ser tanto marxista como cristiana”.

La fotografía de Andrés Martorrell es correcta y profesional, con aciertos parciales, aunque bastante impersonal y, por lo menos en parte, responsable de las limitaciones estilísticas del film. En materia de interpretación, hay una serie de personajes logrados. Entre otros, los de Rojas Murphy, Boris Alvarado y María de la Luz Pérez.

A los logros parciales de Patricio Kaulen en esta película hay que sumar otro elemento valioso, vital en la actual etapa de desarrollo del cine nacional: la actitud del público. El apoyo que ha prestado todo este año a las películas chilenas ha sido notable y las colas que se vieron frente a los cines que exhibían “Largo viaje” no tenían nada que envidiarle al último western italiano de moda. Estos espectadores bien merecen que el cine nacional se supere cada vez más.