Estrenos: El chacal de Nahueltoro
Películas relacionadas (1)
Personas relacionadas (1)

Nelson Villagra y Shenda Román. Director: Miguel Littin. Chilena, 1969.

Hay amplias posibilidades de que El Chacal de Nahuetoro (1) arrase a fines de año con cuando a premio se destine a lo realizado por el cine nacional. Es una película hecha con limpieza técnica, enfoca un tema difícil en forma valedera y cuenta con una notable interpretación de su protagonista.

No era sencillo hacer una película sobre el séxtuple asesino. Sobre todo por el peligro de caer en lo que a estas alturas, son lugares comunes. Por ejemplo, compadecerse paternalmente del delincuente como víctima de la sociedad, culpando a esta última de cuando crimen se cometa. O bien, culminar un alegato contra la pena capital con una ejecución filmada en todos sus detalles. No son aquellas las metas de Miguel Littin. Realizó una película que tiene mucho de crónica objetiva, casi fría de los hechos. Es una disección de las diversas etapas en la vida de Jorge del Carmen Valenzuela, realizada con un consciente distanciamiento. La fuerza y las conclusiones surgirán de la síntesis y el compromiso del realizador y se manifiesta cuando todo ya ha seguido su curso y cumplida la ejecución, surgen dos fritos de “¡Asesinos!” de entre la gente que la presenció.

Peter Schumann, organizador de la “Semana del Cine Latinoamericano” del Festival de Berlín, tras conocer las películas de diversos países del continente, elaboró una diferencia entre “un cine sobre la revolución y un cine por la revolución” (Marcha, 20/2/70). Ubicó al Chacal en la primera de estas categorías. También podría hablarse de películas dentro y fuera del sistema; la de Littin lo ataca desde dentro.

Lo que hace es oponer el subdesarrollo con los valores oficiales de la sociedad, los que a la postre se ven ilógicos e inconsecuentes.

Aquel gañan que no sabía leer ni escribir, que vivía ajeno a los beneficios de lo que se conoce por civilización, era un ser humano rudimentario, ajeno a los valores con que funciona la sociedad. Comete su crimen en estado de embriaguez, pero apenas sabe lo que ha hecho. La crónica roja lo bautiza como el “Chacal de Nahueltoro”, el pueblo, de haber podido, lo linchaba. Si al mes de esos acontecimientos se le hubiera fusilado, la historia habría sido muy diferente.

Pero ingresó a la cárcel, aprendió a leer y escribir, a tener compañeros, a laborar en diversos oficios. Se le enseña lo que es Dios, patria, el bien y el mal. Se convierte en un ser humano. Y, cuando ya es otro, cuando aquel ser marginado de la sociedad se integra con ella…, es fusilado.

De esta manera se ponen en tela de juicio los valores y estructuras vigentes.

En su primera dase, el gañan y la sociedad marchan por caminos tan separados que ni se tocan. Pero esta misma situación también se podría expresar en otra forma: nada se ha hecho por él y las condiciones en el campo son tales, que nadie se preocupa por hacerlo. Su existencia y la de miles más como él es aceptada sin chistar hasta que se produce el estallido. Entonces es condenado por quienes jamás hicieron nada por su condición. La paradoja se consuma al fusilarse a un ser que ya no es el mismo que cometió el crimen. Así la sociedad reniega de su propio concepto de la regeneración. Pero para ejecutarlo se preocupa de él y amablemente accede a su deseo de proporcionarle un flamante par de zapatos nuevos para sus últimos pasos.

Crónica objetiva

La película sigue este proceso paso por paso. Sin atacar o compadecer, va mostrando una cadena de hechos. La acción se agiliza mediante algunos cambios de tiempo, pero sin apartarse de su línea básica, y las diversas reconstrucciones tienen el gran mérito de alcanzar sabor a verdad con una fotografía (Héctor Ríos) que muchas veces tiene una tónica de noticiario.

Las secuencias del séxtuple asesinato eran particularmente difíciles y bien pudieron prestarse a excesos. Por fuerza son terribles, pero se logró investirlas de la tónica justa de violencia y falta de sentido. Llamará la atención la forma en que Valenzuela coloca piedras sobre las manos y pecho de sus víctimas: es el producto de una superstición campesina, de impedir así que se escapen las “animitas” y lo persigan.

El momento clave en la transformación del Chacal se produce un la cárcel de Chillán. Los reos juegan al fútbol, la pelota cae lejos de los jugadores y le piden a Valenzuela que se las devuelva. Lo hace con un gran puntapié, que los demás le celebran. En ese instante, su cara se transforma en una gran sonrisa: ha sido incorporado de igual a igual, como compañero, en un grupo social.

Un detalle indicará posteriormente el grado de su evolución. Antes de salir a enfrentar a los fusileros, se lava y peina. Cuidadosamente dobla la toalla y con igual cuidado coloca sobre ella la peineta. Ya es un ser asimilado por la civilización o, como sugiere uno de los subtítulos del film, “amansado”. Momentos más tarde morirá.

La interpretación de Nelson Villagra alcanza una calidad internacional. Al comienzo, es casi un animal; vive sin otra meta que subsistir dificultosamente, satisfaciendo apenas las necesidades más rudimentarias; cuando habla, brotan palabras apenas sabe hilvanar una frase y, menos aún, un pensamiento. Paulatinamente va cambiando; esa evolución se consigue en la forma más natural del mundo, sin exageraciones ni recursos fáciles y sin sentimentalizar el personaje. Lograr esto es una de las claves del buen resultado de la película.

Hay otras interpretaciones meritorias y aportes importantes, como la música de Sergio Ortega, pero las claves decisivas del éxito fueron el enfoque que el director Littin supo dar a la película y el trabajo de Villagra.

(1)   El guión de la película junto a una amplia mesa redonde con su equipo realizador, se publicó la semana pasada, en una coedición de la Vicerrectoría de Comunicaciones de la Universidad Católica y Zig-Zag.