El renacimiento de la cinematografía chilena
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A pesar de que la crítica es una labor ingrata, no se puede pasar por alto manifestaciones artísticas de la importancia de “una película nacional”, por ser ellas reflejos de la cultura patria. Es por eso que el autor de estas líneas, apenas un aficionado al llamado séptimo arte, la más cautivante de las materias que ha tenido ocasión de admirar de cerca, se ha decidido a lanzarse en esta aventura. Lo que pueda opinar de las producciones nacionales, El Hechizo del trigal” y “Hombres del Sur, sólo está inspirado en la mejor de las intenciones, con ánimo constructivo, en el sincero deseo de que este arte tenga entre nosotros, cultivadores bien provistos y preparados, deseosos de una constante superación y exentos de la tara que hoy envilece la cinematografía, el sórdido y bajo comercialismo.

La cinta chilena Norte y Sur, producida en 1934, rompió el hielo de nuestra característica apatía, colocando en ese entonces a Chile a la vanguardia de los países hispanoparlantes productores de películas cinematográficas. Todo parecía augurar un brillante porvenir para esta gran industria. Chile, “la California del Sur”, se prestaba admirablemente para su desarrollo y florecimiento. No obstante los graves inconvenientes que hubo que vencer y sus deficiencias, aquella cinta fue un éxito artístico que produjo alrededor de un millón de pesos de entrada bruta. Sin embargo, después de esa película, la industria cinematográfica fué “tabú” para los poseedores del capital chileno. Durante cinco años Chile no ha producido cinta alguna, y en cambio otros países hermanos, de clima menos dotado que el nuestro, han surgido como importantes productores. Por eso es que la iniciativa de “La Perla del Pacífico”, productora de El Hechizo del Trigal, por el sólo hecho de haber reabierto el camino que parecía cerrado para siempre, se hace acreedora del aplauso general.

No obstante, preciso es subrayarlo, es tarea muy ardua equipar y organizar “un estudio” para que sea capaz de producir películas de primera clase. Requiere tiempo, dinero, técnicos especializados y directores experimentados, cultos y de buen gusto. Sin haber conocido ni los estudios de “La Perla del Pacífico”, ni los de “Chile Sono Films”, ambas producciones revelan que fueron filmadas con instalaciones precarias y con elementos improvisados y por personas entusiastas. El solo hecho de que la filmación de El Hechizo del Trigal haya demorado ocho meses da un indicio de las dificultades que deben haberse vencido. Es muy loable el esfuerzo de ambos estudios, pero no basta el entusiasmo para acometer empresas de la trascendencia social y cultural que significa producir una cinta cinematográfica. Antes que todo es preciso que el individuo conozca sus propias limitaciones, pues no todos los defectos son atribuibles a la carencia de medios materiales o mecánicos. Se ha llegado a una etapa más o menos avanzada de producción en español, como lo atestiguan las películas que nos vienen de Argentina. Para no desmerecer ante el extranjero, pero más que todo, ante nosotros mismos, es necesario colocarse a su altura. Nosotros dimos el ejemplo con Norte y Sur ¿Por qué entonces retroceder en vez de avanzar?

El Hechizo del Trigales un ensayo cinematográfico que no está exento de méritos. Esta producción ha probado que en Chile ya hay un buen técnico en sonido. El señor Vivado demuestra se un experto en la materia. Los diálogos, canciones y música están bien grabados, a pesar de que en algunas partes la sincronización de los dobles con el movimiento de labios del actor no es perfecta. La fotografía es encomiable, y a veces lucida, sin embargo, la ciencia de los ángulos de la cámara no parece estar aún bien dominada. Es de felicitarse que la parte puramente técnica –en la cual los defectos serían más excusables, dadas las circunstancias del medio- sea la más perfecta.

En cuanto a la compaginación de la cinta, hay que hacerle graves reparos. La solución de continuidad pierde mucho con la intercalación extemporánea de trozos de película que no tiene continuidad con el argumento. A veces diríase que es una amalgama de rollos que han sido descubiertos en algún depósito y pegados con el fin de dar colorido local a la cinta, tales como la escena de los rodeos, cuecas, etc., en que por lo general no actúan los protagonistas.

El tema no sólo es pobres sino que casi inexistente. Se podría afirmar que El Hechizo del Trigal es una cinta sin argumento, de atracción turística, a la cual se le han sobrepuesto algunos personajes incoloros que le restan a la película mucho de su valor fotográfico. La desconexión entre la bella sucesión de imágenes y la interpretación de los actores es completa. El diálogo es rebuscado y artificial; el guión cinematográfico, pobrísimo. En resumidas cuentas, la parte meramente literaria de la película –la que lógicamente debía ser la mejor- es una de las más defectuosas.

En cuanto al reparto, no cabe duda de que Alejo Alvarez tiene pasta de actor. A los demás les falta naturalidad, dominio de sí mismos. Parece que al hablar recitaran de memoria; no saben despertar emociones en el público. Esto es, en parte, responsabilidad del director seño di Liguoro que probablemente se precipitó demasiado al seleccionar el personal para su película, a fin de no demorar en exhibirla, o que, a causa de su condición de extranjero, no supo dar o no pudo llegar a un acuerdo con intérpretes más idóneos, mejor capacitados, y que, sobre todo, confirmaran la reputación fotogénica y de prestancia de la mujer chilena. Por lo demás parece extraño que un extranjero se decida a dirigir una película criolla de ambiente vernacular. Pero aun haciendo abstracción de este hecho, el señor di Liguoro no logró despertar la vocación interpretativa en las personas que seleccionó para los distintos roles y que con seguridad –al presentarse al estudio- se sintieron con aptitudes para ello. El moldear artistas cinematográficos de inviduos que no han tenido experiencia teatral, ya sea profesional o de aficionados, requiere tiempo y paciencia, en proporción al acervo de talento y cualidades innatas de los candidatos y director.

La cinta tiene algunos “gags” (situaciones cómicas) acertados y otros de gusto dudoso, vgr. la metida del pie dentro de una taza de mote. Pero su más grave defecto, el menos explicable, es la incoherencia y la falta absoluta de interés del argumento. Para que una película mantenga la atención y despierte la curiosidad del público, es preciso que por lo menos el argumento sea bien llevado, que alcance un clímax y que tenga un desenlace comprensible. El Hechizo del Trigal carece de esos fundamentos elementales.

Con respecto a la segunda producción nacional, Hombres del Sur, filmada en el estudio de “Chile Sono Films” y dirigida por Pérez Berrocal, revela una deplorable aplicación de los recursos más elementales del séptimo arte. Desde el punto de vista puramente técnico, fotografía y sonido, no tiene punto de comparación con El Hechizo del Trigal. El empleo de la luz y el maquillaje de los actores es deplorable. La compaginación es algo mejor que la cinta de di Liguoro, sobre todo después que se han eliminado 300 metros de las escenas de los potros que galopan, y del rescate del cadáver de Charo. Este recorte ha hecho que la ilación del argumento de esta cinta sea más lógico que el de la producción de “La Perla del Pacífico”. En general la interpretación artística del elenco de Hombres del Sur supera a la película de El Hechizo del Trigal. Este es tal vez su mayor éxito. Es indudable que la vasta experiencia teatral de Blanca Arce, de Fernando Settier y de Luisa Aguirrebeña les ha permitido desempeñarse con naturalidad ante la cámara. Con un director más experimentado habrían actuado con brillo. La labor interpretativa de Abelardo Riquelme y de Helia Grandón es encomiable. En ellos hay futuros artistas de categoría. Sin embargo hay que dejar constancia de la pésima calidad del maquillaje y de la luz, elementos primordiales para que los actores se presenten fotogénicamente ante la cámara.

El señor Pérez Berrocal, según los títulos, fué el autor, productor, director y protagonista de Hombres del Sur, que es su primera tentativa de hacer una película parlante. Parece haber carecido del sentido de las proporciones porque en realidad no se ha destacado en ninguno de sus papeles. En primer lugar –de haberse dejado las escenas que muestran a los potros galopando-, mejor título, mucho más sugerente y evocativo, hubiera sido “Los Potros Galopan”, por cuanto Hombres del Sur, además de ser título de una novela del prestigioso escritor nacional Manuel Rojas no es adecuado a la películas, pues ésta no refleja que fueran realmente “hombres del sur”. Bien podrían haber sido del centro o del norte. El tema en sí es pobre. Constantemente se repiten situaciones cursis o desagradables. El diálogo opaco, sin originalidad. Como director, el señor Pérez Berrocal demuestra inexperiencia y un sentido estético poco depurado. Pudo haber sacado mayor partido de los artistas teatrales de talento, que formaban parte del elenco, que en la cinta se presentan acartonados y con poco relieve. Constantemente aparecen grandes grupos de personas que no desempeñan ningún rol en la cinta y que posan ante la cámara como si estuvieran delante de la kodak de un fotógrafo en algún parque público. La interpretación del señor Pérez Berrocal es demasiado ceñuda y rígida; su dicción es defectuosa y habla demasiado fuerte. Tiene, sin embargo, momentos lucidos. Hace un espléndido villano, sobre todo cuando aparece con al barba crecida.

En resumen, El Hechizo del Trigal y Hombres del Sur, ambas películas que tratan de interpretar lo más hondo y significativo del alma chilena, su folklore musical y coreográfico, y sobre todo, la belleza de la mujer chilena, le hacen poco honor a la cinematografía nacional. Pero es de esperar que estos ensayos no afecten el porvenir de esta industria y de este arte, y que por el contrario sirvan de estímulo para producir cintas superiores. Es indudable que existen en el país, medios para hacer películas mejores. Si bien es cierto que los productores de esas películas son dignos de ser felicitados, por haber tenido la temeridad de romper la apatía del ambiente, y, tal vez con su ejemplo, por haber despertado interés por esta actividad, no es menos cierto que ante todo hay que tomar en cuenta el factor hombre, pues no basta que una cinta sea chilena para excusar sus graves deficiencias. Chile ha alcanzado un nivel artístico y cultural más elevado de lo que esas producciones revelan. Aunque comercialmente aquellas producciones sean bien compensadas, hay que acordarse que ha habido verdadera expectación con el público chileno por ver algo nacional, pero que ese público no puede seguir siendo defraudado indefinidamente. La industria cinematográfica nacional merece toda clase de estímulos, pero no debe permitirse que quede a cargo de personas inexpertas. Preciso es, pues, que aquellos buenos elementos que se interesan por el séptimo arte salgan a la palestra, aúnen esfuerzos y voluntades para crear algo que sea motivo de orgullo nacional. De otro modo volverá a resultar el rídiculimus del Mons parturiens.

R.E.M-C.