CONTROL DE ESTRENOS: “Tonto Pillo”
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TONTO PILLO”, la más reciente producción de José Bohr, fue caracterizada por su propio productor y director en una sola frase: “Mientras no tengamos la firmeza económica, debemos buscar el éxito de taquilla”. Con su larga experiencia cinematográfica, José Bohr sabe que el público quiere, ante todo, reír y que paga gustoso por cada carcajada. En ese sentido, es casi seguro que “Tonto Pillo” obtendrá el éxito buscado. Hace reí. Hay toda una parte, la primera mitad, en que las carcajadas brotan espontáneas y continuas, provocadas por el diálogo, las situaciones y la mímica de Lucho Córdoba. Después, al decaer levemente el ritmo de la película, la risa se va espaciando, pero sin desaparecer nunca por completo.

Edificada por completo alrededor de esa idea fija: hacer reír al público, la película no resiste análisis crítico hecho después con frialdad de autopsia. El argumento es convencional: los chistes conocidos. Cualquier habitué del Imperio los ha visto y oído muchas veces. José Bohr no ha tratado de hacer pensar al público, y por eso la critica meditada no puede hacerse en este caso. Podría decirse: “Esta escena la vimos en tal película. Aquel chiste lo oímos en tal ocasión”. El hecho de que, con esos elementos, “Tonto Pillo” nos haga reír, es el triunfo de José Bohr y de Lucho Córdoba. Y la demostración de que el público reacciona siempre en la misma forma ante los mismos estímulos.

Lucho Córdoba se ha convertido en sinónimo de risa, y cuando trata de hacer algo serio, la gente sigue riéndose. En “Tonto Pillo”, Lucho Córdoba es la risa, es decir, la película. Todo lo demás resulta episódico. La cara de Lucho Córdoba, los gestos de Lucho Córdoba, los chistes de Lucho Córdoba. Los demás intérpretes se ven como empequeñecidos en esta película concebida para el lucimiento personal del protagonista. Un galán como Carlos Mondaca se ha hecho aplaudir con justo motivo en ocasiones anteriores, pasa inadvertido y opaco por la pantalla. Lo mismo ocurre con Ester Soré, Rolando Caicedo y aun Olvido Leguía.

Sólo se salvan de ese predominio absoluto de Lucho Córdoba, Rubén Darío Guevara, Gerardo Grez y Amparito Landaeta. Guevara y Amparito hacen un fugaz idilio con sinceridad y juvenil frescura. No tanto por la excelencia de su interpretación como por lo simpático de los papeles. Grez presenta un malo muy malo, de esos que ya son característicos en él. Exagerado a veces, arranca, sin embargo, en el público, el breve estremecimiento de odio que su papel exige.

Lucy Lanny es bonita y no comete errores. Con eso basta para llenar su cometido. Ha adquirido naturalidad y la naturaleza fué prodiga con ella.

Hay cuecas, tonadas, una trilla muy poco destacada y un número que quiso ser monumental, en que cien guitarristas interpretan “Amutuy Aney”, de Fernando Lecaros, pero que no encaja en el conjunto de la película y queda incrustado como aquellos coros de opereta que hacían las delicias de nuestros padres.

Respecto a la parte técnica, el sonido es bueno en general. Casi no se nota diferencia entre las tomas con grabación directa, de las que se grabaron posteriormente en los Estudios. Resulta curioso comprobar que la música de fondo se descuidó totalmente. Se prescinde de ella durante la primera mitad de la película, para luego escucharse sólo la repetición de los temas de las canciones. Aun cuando no se pretendió conseguir efectos fotográficos de gran categoría, tampoco la modesta labor de la cámara fué salvada con éxito. En algunos instantes estuvo bien, pero en general la fotografía resulta obscura y poco precisa. El encuadre estuvo limitado a la escasez de decorado, abusando de esta manera de los medios planos. Los decorados cumplieron bien su cometido. Hubo continuidad en la construcción de escenarios.

En resumen: si usted quiere reír, vaya a ver “Tonto Pillo”. Pasará un rato francamente divertido. Reirá y –se lo garantizamos- no tendrá qué pensar en nada…