Aztlan, de Carolina Adriazola
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Aztlan (2009)
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El cine de Carolina Adriazola no es una reflexión de dónde poner la cámara sino de cómo hacer que la experiencia cinematográfica adquiera cuerpo, te desgarre y te enfrente cara a cara con una realidad que ni los libros, ni la televisión ni el cine quieren representar. Acá el emplazado no es la cámara sino un espectador, obligado a experimentar minutos de angustia a través de graves desajustes entre sus protagonistas y el entorno social.

Así como lo hizo en Vasnia (2007), y coherente con las líneas de su compañero de trabajo y pareja José Luis Sepúlveda junto al que realizó El Pejesapo (2008), la realizadora instiga en las marginalidades extremas en donde incluso el ejercicio de representación resulta no sólo incómodo, sino que ni siquiera viable para cualquier otro tipo de representación visual. La crudeza inicial de Aztlan (2009), al igual que en Vasnia (2007), da pie a que progresivamente descubramos a unos personajes que están en una completa precariedad, no sólo en términos materiales, sino que, derivado de esto mismo, en un punto en donde la misma categoría de sujeto, tal como la entendemos nosotros, es difusa. El ciudadano acá está borrado y emerge lo otro: el delincuente, el borracho, el travesti, la lesbiana, no ya en una mirada exterior sino dentro de sus propias lógicas. Es por ello quizás que en Aztlan (2009) lo que ocurre, a medida que los personajes se enfrentan con los organismos burocráticos estatales y con otros individuos, es el levantamiento de la voluntad, aún estando fragilizada y vulnerable. En ese sentido, la actuación de Yanni Escobar es sencillamente implacable.